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que se siente devorado por la sed es un bálsamo vivificante.
Pero ¿puede ni debe dar a todos la salud? ¿A cuántos ha
dejado de dársela, y a cuántos no se la dará jamás,
conózcanla o no la conozcan? Y a mí, ¿me salvará? ¿El
mismo hijo de Dios no ha dicho que sólo estarán con él
los que su padre le dé? ¿Y si su padre quiere reservarme
para sí, como presiente mi corazón . . .?
 No interpretes mal mis palabras ni veas, en lo que es una
idea sencilla, la menor intención de mofarse, te lo suplico.
Te hablo con el corazón en la mano. A no ser así, preferiría
callarme, porque no me gusta perder el tiempo diciendo
palabras vanas sobre materias de que los demás entienden
tan poco como yo. ¿Qué otra misión puede tener el hom-
bre más que la de llenar todo el camino con sus dolores,
y apurar su cáliz hasta las heces? Y puesto que este cáliz
fue amargo al mismo Dios del cielo cuando lo acercó a
sus labios de hombre, ¿por qué he de fingir yo una fuerza
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Johann Wolfgang von Goethe: Werther
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sobrehumana haciendo creer que lo encuentro dulce y
agradable? ¿Por qué no he de confesar mi angustia en
este momento en que mi ser tiembla y fluctúa entre la vida
y la muerte, en que el pasado se proyecta como un
relámpago en el sombrío abismo del porvenir, en que todo
lo que me rodea se desploma y en que el mundo parece
acabarse conmigo? ¿No reconoces la voz de la criatura
extenuada, desfallecida, que se hunde sin remedio, y a
pesar de su inútil lucha, gritando con amargura:  ¡Dios
mío, Dios mio! ¿Por qué me has abandonado? ¿Y ha de
darme vergüenza esta exclamación. y he de temer que
llegue el momento en que se escape de mi boca, cuando
se escapó de la vida de aquel que, hijo de los cielos, se ha
envuelto en ellos como un sudario?
21 DE NOVIEMBRE
 Carlota no ve ni conoce que prepara por sí misma un
veneno mortal para los dos, y yo llevo con voluptuosidad
la copa fatal que ella me presenta. ¿Qué significa el aire de
bondad con que frecuentemente me mira?
¡Frecuentemente! No, algunas veces. ; Por qué muestra
complacencia al notar el efecto que su vista me produce a
despecho mío? ¿Qué causa reconoce la compasión que
revela en sus ojos?
 Ayer, cuando me retiraba, me dio la mano diciéndome:
 Buenas noches, querido Werther. ¡Querido Werther! Es
la primera vez que me ha llamado así, y hasta en lo más
hondo de mi alma he sentido una dicha inefable. Más de
cien veces he repetido estas palabras, y por la noche, al
acostarme, hablando conmigo mismo, exclamé, sin darme
cuenta de ello:  ¡Buenas noches, querido Werther! No
he podido menos de reírme de semejante puerilidad.
22 DE NOVIEMBRE
 Al dirigir mis ruegos a Dios, no puedo decir:
 ¡Conservádmela! Y, sin embargo, hay momentos en que
creo que me pertenece. Tampoco puedo decir:
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 ¡Dádmela! , porque pertenece a otro. Así es como me
agito sin cesar sobre mi lecho de dolores. Basta; no sé
adónde iría a parar si continuase.
24 DE NOVIEMBRE
 No ignora Carlota lo que sufro. Su mirada ha penetrado
hoy hasta lo más profundo de mi corazón. La encontré
sola: yo no despegaba mis labios, y ella me miraba
fijamente. Absorto ante aquella mirada sublime, llena de
afectuoso interés y dula compasión, no veía en aquel
momento su seductora belleza ni la aureola de inteligencia
que ilumina su frente. ¿Por qué no me arrojé a sus pies o
la estreché en mis brazos cubriéndola de besos? Se puso
al piano: a sus armoniosos acordes unió su dulce y
melodiosa voz. No he visto nunca más adorables sus
labios; parecía que se entreabrían lánguidamente para
aspirar los dulces sonidos del instrumento, y exhalarlos
de nuevo, suavizados por su hálito. ¡Ah, si yo pudiera
hacer que compartieses conmigo lo que entonces sentí!
Incliné la cabeza, desfallecido, y me juré no atreverme
jamás a imprimir un beso en aquella boca..., en aquella
boca donde revoloteaban los celestiales serafines. Y, sin
embargo, yo quiero... No; hay una barrera inaccesible que
la separa de mi alma. ¡Destruir esta pureza! .... Y luego, el
castigo siguiendo al pecado... ¡Un pecado!...
26 DE NOVIEMBRE
 Suelo decirme a mí mismo: Tu destino no tiene igual:
comparados contigo, los demás hombres son felices;
porque jamás mortal alguno se vio atormentado como tú.
 Entonces leo a cualquier poeta antiguo y me parece que
es el libro mi propio corazón. ¡Qué! ¿Aún me queda tanto
que sufrir? ¿Y antes que yo ha habido hombres tan
desgraciados?
30 DE NOVIEMBRE
 Nunca, nunca podrá tranquilizarse mi espíritu. Por
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Johann Wolfgang von Goethe: Werther
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dondequiera que voy encuentro algo que me pone fuera
de mí. Hoy mismo..., ¡Oh destino!, ¡oh pobre
humanidad...! Me había ido a pasear a la orilla del río, a la
hora de comer, porque no tenía ningún apetito. No había
nadie. El oeste frío y húmedo soplaba de la montaña;
algunas nubes grises rodeaban el valle. A larga distancia
distinguí un hombre mal vestido que andaba encorvado
entre las rocas, como si buscase algo. Me acerqué a él, y
al ruido de mis pasos se volvió. Tenía una fisonomía
interesante, con cierta expresión de tristeza que revelaba
un corazón honrado. Sus negros cabellos le caían en bucles
sobre la frente, y los de atrás descendían hasta la espalda,
formando una apretada trenza. Como su traje indicaba
que era un hombre del pueblo, creí que no se disgustaría
porque me ocupase de él, y le pregunté qué hacía.
 Dando un profundo suspiro, me contestó:  Busco flores
y no las encuentro.  Lo creo repuse sonriendo ; ahora
no es tiempo de flores.  Hay muchas añadió,
acercándose a mí . En mi jardín tengo rosas y dos
especies de madreselvas... Una me la regaló mi padre; [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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