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do la presencia de bichos ocultos entre las viscosidades del fondo.
Don Joaquín preparaba la escopeta, esperando que pasasen los
pájaros de un lado a otro del espeso carrizal.
-Tonet, dóna una volta -ordenó el viejo.
Y el Cubano salió con su barquito a toda percha para rodar en torno
de la mata, sacudiendo las cañas, a fin de que, asustados los pájaros, se
trasladasen de una punta a otra del carrizal.
Tardó más de diez minutos en dar la vuelta al cañar. Cuando volvió al
lado de su abuelo ya disparaba don Joaquín contra los pájaros que,
inquietos y asustados, cambiaban de guarida, pasando por el espacio
descubierto.
Asomábanse las pollas a aquel callejón desprovisto de cañas que deja-
ba su paso al descubierto. Dudaban un momento en arriesgarse, pero
por fin, unas volando y otras a nado pasaban la vía de agua, y en el
mismo momento alcanzábalas el disparo del cazador.
En este espacio angosto el tiro era seguro, y don Joaquín gozaba las
satisfacciones de un gran tirador, viendo la facilidad con que abatía las
piezas. La Centella se arrojaba del barquito, alcanzaba a nado los
pájaros, todavía vivos, y los traía con expresión triunfante hasta las
manos del cazador. La escopeta del tío Paloma no estaba inactiva. El
viejo tenía empeño en halagar al parroquiano, adulándole a tiros, como
era su costumbre. Cuando veía un pájaro próximo a escapar, disparaba,
haciendo creer al burgués que era él quien lo había derribado.
Pasó a nado una hermosa zarceta, y por pronto que tiraron don
Joaquín y el tío Paloma, desapareció en el carrizal.
-Va ferida! -gritó el viejo barquero.
El cazador mostrábase contrariado. ¡Qué lástima! Moriría entre las
cañas, sin que pudiesen recogerla...
-Búscala, Centella...! Búscala! -gritó Tonet a su perra.
La Centella se arrojó de la barca, lanzándose en el carrizal, con gran
estrépito de las cañas que se abrían a su paso.
Tonet sonreía, seguro del éxito: la perra traería el pájaro. Pero el abue-
lo mostraba cierta incredulidad. Aquellas aves las herían en una punta
de la Albufera, y como ganasen el cañar, iban a morir al extremo
opuesto. Además, la perra era una antigualla como él. En otros tiempos,
cuando la compró Cañamel, valía cualquier cosa, pero ahora no había
que confiar en su olfato. Tonet, despreciando las opiniones de su abue-
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Cañas y barro
lo, se limitaba a repetir:
-Ja vorà vosté.. ; ja vorà vosté!
Se oía el chapoteo de la perra en el fango del carrizal, tan pronto
inmediato como lejano, y los hombres seguían en el silencio de la
mañana sus interminables evoluciones, guiándose por el chasquido de
las cañas y el rumor de la maleza rompiéndose ante el empuje de la vig-
orosa bestia. Después de algunos minutos de espera, la vieron salir del
carrizal con aspecto desalentado y los ojos tristes, sin llevar nada en la
boca.
El viejo barquero sonreía triunfante. ¿Qué decía él...? Pero Tonet,
creyéndose en ridículo, apostrofaba a la perra, amenazándola con el
puño para que no se aproximara a la barca.
-Búscala...!, búscala! volvió a ordenar con imperio al pobre animal.
Y otra vez se metió entre los carrizos, moviendo la cola con expresión
de desconfianza.
Ella encontraría el pájaro. Lo afirmaba Tonet, que la había hecho
realizar trabajos más difíciles. De nuevo sonó el chapoteo del animal en
la selva acuática. Iba de una parte a otra con indecisión, cambiando a
cada momento de pista, sin confianza en su desordenadas carreras, sin
osar mostrarse vencida, pues tan pronto como tornaba hacia las barcas,
asomando su cabeza entre las cañas, veía el puño del amo y oía el «bús-
cala!» que equivalía a una amenaza.
Varias veces volvió a husmear la pista, y al fin se alejó tanto en sus
invisibles carreras, que los cazadores dejaron de oír el ruido de sus
patas.
Un ladrido lejano, repetido varias veces, hizo sonreír a Tonet. ¿Qué tal?
Su vieja compañera podría tardar, pero nada se le escapaba.
La perra seguía ladrando lejos, muy lejos, con expresión desesperada,
pero sin aproximarse. El Cubano silbó.
-Aquí, Centella, aquí!
Comenzó a oírse su chapoteo cada vez más próximo. Se acercaba tron-
chando cañas, abatiendo hierbas, con gran estrépito de agua removida.
Por fin apareció con un objeto en la boca, nadando penosamente.
-Aquí Centella, aquí. -seguía gritando Tonet.
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