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verosímil lo que aquel varón dijo y lo que hizo, y en la tranquilidad que estuvo. Jugando
estaba al ajedrez cuando el alguacil que traía la caterva de muchos condenados a muerte
mandó que también le sacasen a él; y después de haber sido llamado, contó los tantos y
dijo al que jugaba con él: «Advierte que después de mi muerte no mientas diciendo que
me ganaste.» Y llamando al alguacil, le dijo: «Serás testigo de que le gano un tanto.»
¿Piensas tú que Canio jugaba en el tablero? Lo que hacía no era jugar, sino burlarse del
tirano, y viendo llorosos a sus amigos por la pérdida que hacían de tal varón, les dijo:
«¿De qué estáis tristes? Vosotros andáis investigando si las almas son inmortales, y yo lo
sabré ahora.» Y hasta el último trance de su muerte, no desistió de inquirir la verdad y
disputar de la muerte, como lo tenía de costumbres. Íbale siguiendo un discípulo suyo, y
estando ya cerca del túmulo, adonde cada día se hacían sacrificios a César que pretendía
ser adorado por Dios, le dijo: «¿En qué piensas, Canio? ¿Qué juicio es el tuyo? Sacrifica
a César.» Respóndele Canio: «Tengo propuesto averiguar si en aquel velocísimo instante
de la muerte siente el alma salir del cuerpo.» Y prometió que en averiguándolo, visitaría
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a sus amigos y les avisaría qué estado es el de las almas. Advertid esta tranquilidad en
medio de las tormentas, y ved un ánimo digno de la eternidad, que para averiguación de
la verdad llama a la muerte, y puesto en el último trance hace preguntas al alma cuando
se despedía del cuerpo, aprendiendo no sólo hasta la muerte, sino también de la misma
muerte. Ninguno ha habido que filosofase más tiempo; y así la memoria de este gran
varón no se borrará arrebatadamente, antes siempre se hablará de él con estimación.
Tendrémoste en todo tiempo, oh clarísima cabeza, por una gran parte de la calamidad
cayana.
Capítulo XV
Y no basta desechar las causas de la tristeza particular, que sin ellas nos posee muchas
veces un aborrecimiento de todo el género humano, saliéndonos al encuentro la turba de
tantas bien afortunadas maldades; y cuando hacemos reflexión de cuán rara es la
sencillez, cuán no conocida la inocencia y cuán poco guardaba la fe, sino es en aquel a
quien le está bien guardarla; y cuando miramos las ganancias y los daños de la
sensualidad, igualmente aborrecidos; cuando vemos que la ambición, no ajustada en sus
debidos términos, resplandece con su misma torpeza, escóndesele al ánimo la luz, y salen
oscuras tinieblas, cuando por estar abatidas las virtudes, ni es permitido esperarlas, ni
aprovecha el tenerlas. Debemos, pues, rendirnos a no tener por aborrecibles sino por
ridículos todos los vicios del vulgo, imitando antes a Demócrito que a Heráclito. Éste
siempre que salía en público lloraba, y el otro reía. Éste juzgaba todas nuestras acciones
por miserias, y aquél las tenía por locuras. Súfranse todas las cosas con suavidad de
ánimo, siendo más humana acción reírnos de la vida que llorarla. Y añade que en mayor
obligación pone al género humano el que se ríe de él, que no el que le llora; porque el
primero deja alguna parte de esperanza, y estotro llora neciamente aquello que desconfía
poder remediarse. Y bien considerado todo, mayor grandeza de ánimo es no poder
enfrenar la risa que el no poder detener las lágrimas; porque todas las cosas que nos
obligan a estar alegres o tristes, mueven el ligerísimo afecto del ánimo, sin que juzgue
que en tanto aparato de cosas hay alguna que sea grande, severa ni seria. Propóngase
cada uno todas aquellas cosas por las cuales venimos a estar alegres o tristes, y sepa ser
cierto lo que dijo Bión, que todos los negocios de los hombres eran semejantes en sus
principios, y que la santidad y severidad de su vida no era más que unos intentos
comenzados. Y así es más cordura sufrir plácidamente las públicas costumbres y los
humanos vicios, sin pasar a reírlos o llorarlos, porque es una eterna miseria atormentarse
con males ajenos, y el alegrarse de ellos es un deleite inhumano, al modo que es inútil
tristeza el llorar y encapotar el rostro porque alguno entierra su hijo; pues aun en tus
propios males conviene dar al dolor aquella sola parte que él pide y no la que pide la
costumbre: porque hay muchos que derraman lágrimas para que otros las vean, teniendo
secos los ojos mientras no hay quien les mire, y juzgan por cosa fea no llorar cuando los
otros lo hacen; y hase introducido de tal manera este mal de estar pendientes de ajena
opinión, que aun en cosas de poquísima importancia viene el dolor fingido. Síguese tras
esto una parte que no sin causa suele entristecer y poner en cuidado, cuando los remates
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Lucio Anneo Séneca Tratados morales
de los buenos son malos, como son morir: Sócrates en una cárcel, y vivir en destierro
Rutilio, y entregar Pompeyo y Cicerón la cerviz a sus mismos paniaguados, y que el gran
Catón, única imagen de las virtudes, recostado sobre la espada dé juntamente satisfacción
de sí y de la República. Conviene, pues, el dar quejas de que la fortuna pague con tan
inicuos premios; porque ¿qué puede esperar cada uno cuando ve que los buenos padecen
grandes males? ¿Pues qué hemos de hacer en tal caso? Poner los ojos en el modo con que
ellos sufrieron, y si fueron fuertes desear sus ánimos; pero si murieron, mujeril y
flacamente, no hay que hacer caso de la pérdida. O fueron dignos de que su virtud te
agrade, o indignos de que se imite su flaqueza; porque ¿cuál cosa hay más torpe que
aquellos a quienes los grandes varones, muriendo varonilmente, hicieron tímidos?
Alabemos aquel que por tantas razones es digno de alabanza, y digamos de él: «Cuanto
más fuerte fuiste, fuiste más dichoso; escapaste ya de los humanos acontecimientos, y de
la envidia y enfermedad; saliste de la prisión tú que no eras merecedor de mala fortuna; y
los dioses te juzgarán por cosa indigna que ella tuviese en ti algún dominio. A los que
(cuando llega la muerte) rehuyen y ponen los ojos en la vida, se han de echar las manos.
Yo no lloraré al que está alegre, ni lloraré al que llora; porque el primero con la alegría
me quitó las lágrimas, y éste con las suyas se hizo indigno de las de otros. ¿He de llorar
yo a Hércules quemado vivo? ¿A Régulo clavado con muchos clavos? ¿A Catón, que con
fortaleza sufrió tantas heridas? Todos éstos, con corto gasto de tiempo breve, hallaron
modo de eternizarse, llegando a la inmortalidad por medio de la muerte. Es asimismo no
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