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intérprete de sus pensamientos; acepté la empresa, no por darle gusto, sino por el que
granjeaba en la comodidad de hablarte, porque veas, Leonisa, el término a que nuestras
desgracias nos han traído: a ti a ser medianera de un imposible, que en lo que me pides
conoces; a mí a serlo también de la cosa que menos pensé, y de la que daré por no alcanzalla
la vida, que ahora estimo en lo que vale la alta ventura de verte.
-No sé qué te diga, Ricardo -replicó Leonisa-, ni qué salida se tome al laberinto donde, como
dices, nuestra corta ventura nos tiene puestos. Sólo sé decir que es menester usar en esto lo
que de nuestra condición no se puede esperar, que es el fingimiento y engaño; y así, digo que
de ti daré a Halima algunas razones que antes la entretengan que desesperen. Tú de mí
podrás decir al cadí lo que para seguridad de mi honor y de su engaño vieres que más
convenga; y, pues yo pongo mi honor en tus manos, bien puedes creer dél que le tengo con
la entereza y verdad que podían poner en duda tantos caminos como he andado, y tantos
combates como he sufrido. El hablarnos será fácil y a mí será de grandísimo gusto el hacello,
con presupuesto que jamás me has de tratar cosa que a tu declarada pretensión pertenezca,
que en la hora que tal hicieres, en la misma me despediré de verte, porque no quiero que
pienses que es de tan pocos quilates mi valor, que ha de hacer con él la cautividad lo que la
libertad no pudo: como el oro tengo de ser, con el favor del cielo, que mientras más se
acrisola, queda con más pureza y más limpio. Conténtate con que he dicho que no me dará,
como solía, fastidio tu vista, porque te hago saber, Ricardo, que siempre te tuve por
desabrido y arrogante, y que presumías de ti algo más de lo que debías. Confieso también
que me engañaba, y que podría ser que hacer ahora la experiencia me pusiese la verdad
delante de los ojos el desengaño; y, estando desengañada, fuese, con ser honesta, más
humana. Vete con Dios, que temo no nos haya escuchado Halima, la cual entiende algo de la
lengua cristiana, a lo menos de aquella mezcla de lenguas que se usa, con que todos nos
entendemos.
-Dices muy bien, señora -respondió Ricardo-, y agradézcote infinito el desengaño que me
has dado, que le estimo en tanto como la merced que me haces en dejar verte; y, como tú
dices, quizá la experiencia te dará a entender cuán llana es mi condición y cuán humilde,
especialmente para adorarte; y sin que tú pusieras término ni raya a mi trato, fuera él tan
honesto para contigo que no acertaras a desearle mejor. En lo que toca a entretener al cadí,
vive descuidada; haz tú lo mismo con Halima, y entiende, señora, que después que te he
visto ha nacido en mí una esperanza tal, que me asegura que presto hemos de alcanzar la
libertad deseada. Y, con esto, quédate con Dios, que otra vez te contaré los rodeos por
donde la fortuna me trujo a este estado, después que de ti me aparté, o, por mejor decir, me
apartaron.
Con esto, se despidieron, y quedó Leonisa contenta y satisfecha del llano proceder de
Ricardo, y él contentísimo de haber oído una palabra de la boca de Leonisa sin aspereza.
Estaba Halima cerrada en su aposento, rogando a Mahoma trujese Leonisa buen despacho
de lo que le había encomendado. El cadí estaba en la mezquita recompensando con los suyos
los deseos de su mujer, teniéndolos solícitos y colgados de la respuesta que esperaba oír de
su esclavo, a quien había dejado encargado hablase a Leonisa, pues para poderlo hacer le
daría comodidad Mahamut, aunque Halima estuviese en casa. Leonisa acrecentó en Halima
el torpe deseo y el amor, dándole muy buenas esperanzas que Mario haría todo lo que
pidiese; pero que había de dejar pasar primero dos lunes, antes que concediese con lo que
deseaba él mucho más que ella; y este tiempo y término pedía, a causa que hacía una plegaria
y oración a Dios para que le diese libertad. Contentóse Halima de la disculpa y de la relación
de su querido Ricardo, a quien ella diera libertad antes del término devoto, como él
concediera con su deseo; y así, rogó a Leonisa le rogase dispensase con el tiempo y acortase
la dilación, que ella le ofrecía cuanto el cadí pidiese por su rescate.
Antes que Ricardo respondiese a su amo, se aconsejó con Mahamut de qué le respondería; y
acordaron entre los dos que le desesperasen y le aconsejasen que lo más presto que pudiese
la llevase a Constantinopla, y que en el camino, o por grado o por fuerza, alcanzaría su deseo;
y que, para el inconveniente que se podía ofrecer de cumplir con el Gran Señor, sería bueno
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