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-No.
-Qué misterio -dijo Lelo, que se sabía el cuento de memoria.
-Calla, Lelo. Tenían tres descendientes.
-¿Qué son descendientes?
-Bueno, pues tú eres uno, Gemelo.
-¿Oyes eso, John? Soy un descendiente.
-Los descendientes no son más que niños -dijo John.
-Dios mío, Dios mío -suspiró Wendy-. Veamos, estos tres niños tenían una fiel niñera llamada Nana, pe-
ro el señor Darling se enfadó con ella y la ató en el patio y por eso los niños se escaparon volando.
-Qué historia tan buena -dijo Avispado.
-Se escaparon volando -continuó Wendy-, al País de Nunca Jamás, donde están los niños perdidos.
-Eso es lo que yo pensaba -interrumpió Rizos emocionado-. No sé cómo, pero eso es lo que yo pensaba.
-Oh, Wendy -exclamó Lelo-, ¿se llamaba Lelo alguno de los niños perdidos?
-Sí, así es.
-Estoy en un cuento. Hurra, estoy en un cuento, Avispado.
-Silencio. Bueno, quiero que penséis en lo que sintieron los desdichados padres al ver que todos sus niños
se habían escapado.
-¡Ay! -gimieron todos, aunque en realidad no estaban pensando ni lo más mínimo en lo que sentían los
desdichados padres.
-¡Imaginaos las camas vacías!
-¡Ay!
-Es tristísimo -dijo el primer gemelo alegremente.
-No me imagino que pueda acabar bien -dijo el segundo gemelo-. ¿Y tú, Avispado?
-Estoy preocupadísimo.
-Si supierais lo maravilloso que es el amor de una madre -les dijo Wendy en tono de triunfo-, no tendríais
miedo.
Había llegado ya a la parte que Peter aborrecía.
-A mí sí que me gusta el amor de una madre -dijo Lelo, golpeando a Avispado con una almohada-. ¿A ti
te gusta el amor de una madre, Avispado?
-Ya lo creo -dijo Avispado, devolviéndole el golpe.
-Veréis -dijo Wendy complacida-, nuestra heroína sabía que la madre dejaría siempre la ventana abierta
para que sus niños regresaran volando por ella, así que estuvieron fuera durante años y se lo pasaron estu-
pendamente.
-¿Llegaron a volver?
-Ahora -dijo Wendy, preparándose para el esfuerzo más delicado-, echemos un vistazo al futuro.
Y todos se giraron de la forma que hace que los vistazos al futuro resulten más fáciles.
-Han pasado los años ¿y quién es esa señora de edad indeterminada que se apea en la estación de Lon-
dres?
-Oh, Wendy, ¿quién es? -exclamó Avispado, tan emocionado como si no lo supiera.
-Puede ser... sí... no... es... ¡la bella Wendy!
-¡Oh!
-¿Y quiénes son los dos nobles y orondos personajes que la acompañan, ahora ya hechos hombres? ¿Pue-
den ser John y Michael? ¡Sí!
-¡Oh!
-Mirad, queridos hermanos -dice Wendy, señalando hacia arriba-, ahí sigue la ventana abierta. Ah, ahora
nos vemos recompensados por nuestra fe sublime en el amor de una madre.
-De forma que subieron volando hasta su mamá y su papá y no hay pluma que pueda describir la feliz es-
cena, sobre la que corremos un velo.
Eso era un cuento y se sentían tan satisfechos con él como la bella narradora. Es que todo era como debía
ser. Nos escabullimos como los seres más crueles del mundo, que es lo que son los niños, aunque muy
atractivos, y pasamos un rato totalmente egoísta y cuando necesitamos atenciones especiales regresamos
noblemente a buscarlas, seguros de que nos abrazarán en lugar de pegarnos.
Efectivamente, tan grande era su fe en el amor de una madre que pensaban que podían permitirse ser un
poco más crueles. Pero había alguien que tenía más claras las cosas y cuando Wendyterminó soltó un sordo
gemido.
-¿Qué te pasa, Peter? -exclamó ella, corriendo hasta él, creyendo que estaba enfermo. Lo palpó solícita
más abajo del pecho.
-¿Dónde te duele, Peter?
-No es esa clase de dolor -replicó Peter lúgubremente.
-¿Entonces de qué clase es?
-Wendy, estás equivocada con respecto a las madres.
Se agruparon asustados a su alrededor, tan alarmante era su inquietud y con total franqueza él les contó lo
que hasta entonces había mantenido oculto.
-Hace mucho tiempo -dijo-, yo creía como vosotros que mi madre me dejaría la ventana abierta, así que
estuve fuera durante lunas y lunas y lunas y luego regresé volando, pero la ventana estaba cerrada, porque
mamá se había olvidado de mí y había otro niño durmiendo en mi cama.
No estoy seguro de que esto fuera cierto, pero Peter lo creía y los asustó.
-¿Estás seguro de que las madres son así?
-Sí.
Así que ésta era la verdad sobre las madres. ¡Las muy canallas!
Aun así es mejor tener cuidado y nadie sabe tan deprisa como un niño cuándo debe ceder.
-Wendy, vámonos a casa -gritaron John y Michael al tiempo.
-Sí -dijo ella, abrazándolos.
-No será esta noche, ¿verdad? -preguntaron perplejos los niños perdidos. Sabían en lo que llamaban el
fondo de su corazón que uno puede arreglárselas muy bien sin una madre y que sólo son las madres las que
piensan que no es así.
-Ahora mismo -replicó Wendy decidida, pues se le había ocurrido una idea espantosa: «A lo mejor mamá
está ya de medio luto.»
Este temor le hizo olvidarse de lo que debía de estar sintiendo Peter y le dijo en tono bastante cortante:
-Peter, ¿te ocupas de hacer los preparativos necesarios? -Si es lo que deseas -replicó él con la misma
frialdad que si le hubiera pedido que le pasara las nueces.
¡Ni decirse un «siento perderte»! Si a ella no le importaba la separación, él, Peter, le iba a demostrar que
a él tampoco.
Pero, por supuesto, le importaba mucho y estaba tan lleno de ira contra los adultos, quienes, como de
costumbre, lo estaban echando todo a perder, que nada más meterse en su árbol tomó a propósito aliento en
inspiraciones cortas y rapidas a un ritmo de unas cinco por segundo. Lo hizo porque hay un dicho en el País
de Nunca Jamás según el cual cada vez que uno respira, muere un adulto y Peter los estaba matando en
venganza lo más deprisa posible.
Después de haber dado las instrucciones necesarias a los pieles rojas regresó a la casa, donde se había
desarrollado una escena indigna durante su ausencia. Aterrorizados ante la idea de perder a Wendy, los
niños perdidos se habían acercado a ella amenazadoramente.
-Será peor que antes de que viniera -gritaban.
-No la dejaremos marchar.
-Hagámosla prisionera.
-Eso, atadla.
En tal apuro un instinto le dijo a cuál de ellos recurrir.
-Lelo -gritó-, te lo ruego.
¿No es extraño? Recurrió a Lelo, el más tonto de todos. Sin embargo, Lelo respondió con grandeza. Por-
que en ese momento dejó su estupidez y habló con dignidad.
-Yo no soy más que Lelo -dijo-, y nadie me hace caso. Pero al primero que no se comporte con Wendy
como un caballero inglés le causaré serias heridas.
Desenvainó su acero y en ese instante Lelo brilló con luz propia. Los demás retrocedieron intranquilos.
Entonces regresó Peter y se dieron cuenta al momento de que él no los apoyaría. Jamás obligaría a una
chica a quedarse en el País de Nunca Jamás en contra de su voluntad.
-Wendy-dijo, paseando de un lado a otro-, les he pedido a los pieles rojas que te guíen a través del bos-
que, ya que volar te cansa mucho.
-Gracias, Peter.
-Luego -continuó con el tono tajante de quien está acostumbrado a ser obedecido-, Campanilla te llevará
a través del mar. Despiértala, Avispado.
Avispado tuvo que llamar dos veces antes de obtener respuesta, aunque Campanilla llevaba ya un rato
sentada, en la cama escuchando.
-¿Quién eres? ¿Cómo te atreves? Fuera -gritó.
-Tienes que levantarte, Campanilla -le dijo Avispado-, y llevar a Wendy de viaje.
Por supuesto, a Campanilla le había encantado enterarse de que Wendy se iba, pero estaba más que deci-
dida a no ser su guía y así lo expresó con un lenguaje aún más insultante. Luego fingió haberse dormido de
nuevo.
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