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peso que llevaba; pero... ¡cuán terriblemente frío y sereno era su aspecto l
Los caballos continuaron la marcha, ora al paso, ora al trote. ya al galope, ya otra vez
al paso. Transcurrieron volando las horas. El tiempo parecía un instante... o una eternidad.
Juana sintió que las almas infernales la perseguían y no se atrevió a mirar atrás.
-Lassiter. ¿llegan ya?
El intrépido jinete volviáse, pero nada dijo. Espoleó el caballo para darle nuevos bríos
y siguieron como antes; conducidos por una voluntad infatigable. Las sombras por entre las
estrechas paredes envolvieron a los fugitivos; parecía llegada la noche. El cañón formó un
recodo y de nuevo volvió la luz; ante ellos hallábase la enorme hondonada, el valle encerrado
entre altos muros y agrestes riscos.
-¡Valor, Juana! - gritó Lassiter -. Si no flaqueamos ahora, estamos salvados.
-¡ Lassiter. continuad... solo! ¡Salvad a la pequeña Fay!
-¡Solo, nunca! ¡Con vos!
-Soy cobarde; no puedo ni luchar, ni pensar, ni esperar, ni implorar a Dios. Me siento
perdida. Lassiter, mirad atrás. ¿Llegan ya? No podré seguir...
-Ahorraos el aliento, mujer, y continuad, no por vos misma, ni por mí. sino por Fay.
Un último galope a través de la pradera acabó con el caballo de Lassiter.
-Está reventado-dijo el jinete.
-¡Todo acabó l -gimió Juana.
-No, Juana. Volved los ojos. Hemos atravesado las tres o cuatro millas del valle y aún
no se ve a Tull. Unas pocas más y nos habremos salvado.
Juana contempló el camino recorrido y vio en la pared rocosa la estrecha grieta que
formaba la desembocadura del cañón, del que salían en aquel instante sus perseguidores con
Tull al frente, en su blanco caballo. La vista de sus enemigos obró como estimulante sobre la
joven. Y mirando a los perros, a! caballo de Lassiter, que avanzaba coreando; a la sangré del
rostro de su amigo, a las rocas, que cada vez estaban más cerca, y por fin al cabello de oro de
Fay, renacieron sus fuerzas, desapareció el miedo que había sentido y tuvo confianza en la
salvación que Lassiter le prometiera. De pronto, la montura de Lassiter tropezó y cayó.
El jinete saltó ágilmente con la niña en brazos.
-Juana, coged a Fay - dijo. entregándosela. La joven la estrechó contra su pecho -.
Están ganando terreno -continuó Lassiter-. pero aún llegaremos antes.
Cuando ya tenía en la mano la brida del caballo de la joven, reparó en las alforjas de
la montura reventada. -Aún tengo tiempo- murmuró, y con mano segura, después de
desatarlas, se las puso sobre los hombros.
Luego echó a correr, llevando el caballo de Juana pendiente arriba, hacia los cedros
deformes, y cuando tras rudo y prolongado esfuerzo los alcanzaron, detuviéronse a su abrigo.
La pequeña Fay descansaba en sus brazos con los ojos muy abiertos, en los cuales se
leía aún el dolor, pero ya no miraban fijamente. Los dorados rizos rozaban los labios de
Juana. las manitas asían débilmente su brazo; una
sombra de sonrisa floreció en los dulces labios de la niña, y Juana sintió despertarse en ella la
fiereza de una leona.
-¡Juana, dadme la pequeña y apeaos! - dijo Lassiter en aquel momento.
Y como si fuesen para él una molestia las vacías pistolas negras, se las quitó con
decisión. Luego cogió a la niña y estuvo así un momento mirando hacia abajo. Tull empezaba
a subir la pendiente seguido de sus hombres.
-¿Qué dirá Tull cuando vea esos revólveres vacíos? ¡Juana, coged vuestras alforjas y
seguidme!
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Librodot Los jinetes de la pradera roja Zane Grey
La joven subió tras Lassiter. Éste avanzaba lentamente. Tal vez sólo lo hacía para
economizar las fuerzas, mas Juana vio gotas de sangre en el camino y se dio cuenta de la
verdad. Subían sin mirar atrás. Dolíale a la joven el pecho, parecía que mil alfileres se le
clavasen en los costados. Oyó el jadeante respirar de Lassiter y el jadear acelerado de los
canes.
-¡Esperadme aquí! -dijo el jinete, de pronto.
Ante ella alzábase una pared de piedra mellada por diminutos peldaños; más arriba
había un recodo del amarillo muro, y en lo alto, un enorme risco.
Los perros subieron raudos y desaparecieron tras el recodo. Lassiter subió los
escalones con Fay en brazos y se tambaleaba como un ebrio. Desapareció del mismo modo
que los canes, pero volvió rápidamente y bajó la pina cuesta deslizándose.
Desde abajo oyéronse los gritos de rabia de los perseguidores. Tull y algunos de sus
hombres acababan de llegar al sitio donde Lassiter dejó sus armas.
-Ese descanso os vendrá bien -dijo Lassiter enigmáticamente al contemplarlos.
-¡Ahora, Juana..., el último esfuerzo! Subid por estos peldaños, yo os seguiré para
sosteneros. No penséis en nada. Subid y nada más. Fay está arriba, tiene los ojos abiertos.
Acaba de preguntarme: «¿Dónde está mamá Juana?
Sin temor, sin tropezar una sola vez, sin que fuera necesario el apoyo de Lassiter,
subió la joven aquella escalera de roca.
Al doblar el recodo vio a Fay en un rincón con los ojos muy abiertos. Los perros
esperaban también allí. Lassiter cogió a la niña y se metió en la lóbrega hendidura, que,
después de algunas revueltas en zigzag, ensanchábase y se abría sobre una suave cuesta entre
dos paredes ruinosas, llenas de salientes y rampantes. Un rojo halo del sol poniente llenaba el
pasaje. Lassiter ascendió con lentos y mesurados pasos; la sangre que vertían sus heridas [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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